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Judy en Sol Mayor

Por Carol Colmenares

El maestro compositor Schubert proclamó que Sol Mayor es el sonido de “todo lo rústico, idílico y lírico, cada pasión tranquila y satisfecha, cada tierna gratitud por la verdadera amistad y el amor fiel; en una palabra, cada emoción suave y pacífica del corazón se expresa correctamente por Sol Mayor”.

Si el bisabuelo no se hubiera enfermado, toda la familia de Judy habría llegado al mismo tiempo desde la Habana, Cuba, a Miami, USA. Tras el diagnóstico de su condición visual, los padres de Judy habían tomado la decisión de emigrar a los Estados Unidos. Sin embargo, ni el mismo mar caribe ni el calor miamense lograban llenar el hueco de la nostalgia y el anhelo de volver a compartir con la familia.
“A los 6 años regresamos a Cuba después de haber vivido 4 años en Estados Unidos. Yo era muy penosa, como ya sabía inglés, todo el mundo me decía quiero que me hables en inglés, y yo me moría de vergüenza”

La inocencia infantil mantenía a Judy ajena a la situación política del momento. Tiempo después Judy se enteraría que en Miami los tachaban de comunistas y en la Habana los consideraban espías. Los taxistas, ex compañeros de su padre, se negaban a transportarla a ella y a su madre a la escuela para ciegos por temor a meterse en problemas. Optaron entonces por una tutora privada, pero realmente la educación se daba frente al piano con su abuela, con los tíos, primos y amigos y rodeada de perros, gallinas y pollitos. “Yo tenía una gallina a la que le puse Verónica, quizás porque extrañaba a mi mejor amiga que se había quedado en Miami”.

Fue también en Cuba donde se enteró que era ciega. Un día cualquiera, jugando en el parque escuchó a unos niños hablar bajito y era evidente que se referían a ella. “Es una cosa tan increíble la memoria, que uno se acuerda de ciertas cosas y otras no, pero me acuerdo que tuve esa conversación con mi mamá al día siguiente, ¿por qué los niños dicen cosas de mí? ¿Por qué?” Con la certeza infinita de las madres, doña Gisela afirmó: “tus ojos no trabajan como deberían, pero eso no quiere decir que tú no puedas hacer lo que tú te propongas”.
Judy en ese momento no sabía que esta frase la seguiría acompañando en todos los momentos de su vida. “Y eso me acuerdo que teniendo siete años, en realidad no me impactó mucho. Ok, gracias, Bye. Voy a jugar. Yo no sabía lo que era ser ciega”.

Al poco tiempo regresaron a Estados Unidos con una breve estadía en Panamá. Casi enseguida le buscaron una maestra de piano ya que su relación con la música se hacía cada vez más fuerte. Para las fiestas decembrinas los padres de Judy compraron y escondieron un piano de cola para sorprenderla. “Esto solo se puede hacer con una niña ciega” nos dice Judy riendo. Su madre acomodó los muebles de la sala de tal manera que le impedían el paso hacia el piano. Tal vez en ese momento Judy no valoraba el esfuerzo que habían hecho sus padres, pero cuando reflexiona sobre el pasado, recuerda que su padre trabajaba de lunes a sábado en un horario que empezaba a las tres de la mañana en una distribuidora de ensaladas. “Eso fue difícil, mi mamá no estaba trabajando, solo mi papá, y yo veo el sacrificio que tuvieron que hacer mis padres para comprar ese piano“.

Los frutos de su educación musical no se hicieron esperar. A los doce años participó en un concurso de talento, Rising Stars, donde conoció a una gran mentora, Bonnie Kesling, quien los llevaba a hacer presentaciones en diferentes locales e iglesias alrededor de Miami.
“Me sentía muy nerviosa cuando estaba cantando en el escenario. Pero mientras más pasaba el tiempo, me sentía más cómoda, en mi elemento. Y creo que eso influyó mucho en como yo me dirigía a otras personas... Y después, a través de los años, sentirme con suficiente confianza para abogar por mis derechos”.

Judy siempre encontró apoyo en su familia y en la escuela para seguir adelante con sus estudios. Salvo por una maestra que consideraba innecesario que Judy tomara clases avanzadas (Advanced Placement- AP) ya que no le servirían para la vida, todos sus demás maestros y consejeros la animaban a seguir en la universidad. Cuando le preguntaban, Judy decía que quería ser secretaria o psicóloga infantil. Fue su maestra de visión quien le aconsejó estudiar musicoterapia. Tal vez porque combinaba perfectamente su pasión por la música y por ayudar a otros.

Collage de 5 fotos. Judy de niña con un conejo de trapo. Judy y su papá en una mecedora con su perro delante de ellos. Judy con una toga de grado negra junto a su abuela. Judy de niña con su hermano mayor. Judy de niña con su madre arrodillada junto a ella.

“Yo me imagino que algunas personas piensan que, si tú estudias música, estás divirtiéndote mucho, al máximo. ¡Es en realidad tanto trabajo! Por ejemplo, un semestre típico era 10, 11, 12 clases cuando en otras carreras tienes 4 o 5 clases. Yo tenía clases que tenían cero créditos, pero, de todas maneras, tenía que ir, porque eran parte de mi programa.” Además, como estaba becada, tenía que cumplir con el requisito de participar en dos coros y asistir a nueve recitales cada semestre… “¿y sabes quién me llevaba a los recitales? ¡Pues mi abuela!” Esa abuela Gisela, la pianista, la que le inculcó esa pasión con las primeras notas en Cuba, disfrutaba ir a las tiendas de discos, o llevarla al cine o acompañar a su nieta a los conciertos. Incluso hubo un momento, en un coro comunitario, en el que pudieron compartir escenario. “No puedo ni describir el impacto que mi abuela ha tenido en mi vida”.

Judy terminó su carrera y casi enseguida empezó su maestría en rehabilitación visual. Recientemente obtuvo su certificado en Tecnología de Asistencia. Su pasantía en Lighthouse Central Florida, Orlando, la llevó a conseguir su primer trabajo en el cual se desempeñó por 16 años hasta mudarse a Colorado Springs donde trabaja en la división de rehabilitación vocacional para el estado de Colorado. “La mayor satisfacción a nivel profesional es poder dejarle saber a las personas ciegas o con baja visión que la vida sigue, que el hecho de que no vean o no vean como antes no quiere decir que la vida se acabó y que pueden tener vidas ricas y llenas de éxito”.

Judy se emociona al recordar las palabras de su madre, que hasta hoy la conmueven y motivan. “Pero hay tantas personas que no creen eso y cuando hablamos de retos y barreras, es la sociedad y las actitudes hacia las personas con discapacidades y no saben que las personas con discapacidades son a veces más recursivas, más flexibles, más creativas… tenemos que serlo porque tenemos que buscar otra manera de hacer las cosas”.

El retrato de Judy no estaría completo si no habláramos de su esposo Casey, con quien no sólo comparte los últimos 20 años sino también un agudo sentido del humor, “él siempre dice que nos conocimos en rehabilitación”. Y así a Judy debe explicar que fue en el 98 en el Centro de Rehabilitación Visual en Daytona. “Me siento bendecida de poder compartir mi vida con mi alma gemela”.

Collage de 3 fotos. Carol Colmenares y Judy paradas juntas sonríen, Lyons le perro guía de Judy está junto a ella. Judy, su esposo y sus padres el día de su boda. Judy con un toga de grado blanca, junto a su papá.

Judy toma una pausa y exclama: ¡No he hablado de mis perritos! La vida de Judy cambió después de tener su primer perro guía. “Yo me acuerdo que yo pensaba que los perros guías no eran para mí porque esos pobres perros no los dejan divertirse, siempre están trabajando, no los dejan ni ladrar. ¿Qué es eso?” Sin embargo, investigando y haciendo preguntas Judy decidió tomar esta oportunidad. “Mi primera perrita Sachet, me enseñó lo que era caminar con un perro guía, confiar en un perro guía, me sentí como si estuviera volando”. Los perros guías le dan a Judy la libertad de moverse libremente por el mudo. “No parecerá gran cosa, pero un día, mi esposo y yo queríamos ir a un restaurante y antes de Sachet hubiéramos tomado un transporte público o un taxi. Pero nos dimos cuenta que estaba tan solo a una milla, y con ayuda del GPS y la perrita nos fuimos caminando. Sabía que no me iba a pasar nada, que podía hacerlo y que estaba segura”.
Judy vive en Colorado Springs con su esposo, su segundo perro guía Keats ya retirado, Lyons su nuevo perro guía, aún en entrenamiento, y un perro de 15 años que tomaron en adopción. “En mi casa siempre hay alguna aventura con los tres labradores”.


Más que asesora de Dicapta, Judy ha sido amiga, cómplice y compañera desde el inicio de los proyectos con el Departamento de Educación., No dice tener un género musical preferido pues se sorprende con algunos temas que antes hubiera descartado., Su tiempo libre es para las personas que ama y siempre, siempre hay un huequito para el postre.